lunes, 18 de abril de 2011

Recordando a Roberto

Recuerdo que un día mi madre me dijo, "vamos a Irapuato para conocer a Roberto", recuerdo una casa en la calle de Matamoros, creo que tenía dos pisos y una especie de pasillo en la entrada. Hasta ahí, ni de chiste podía imaginar que era el primer acercamiento a lo que sería el futuro de mis próximos años.
Creo recordar haber ido a las pirámides de Teotihuacan y me acuerdo, más que nada porque los tenis que llevaba me ampollaron los pies y Roberto hizo cortes en la tela para que pudiera caminar. Es muy, muy vaga la imagen.
No se si mucho tiempo después o muy poco realmente, sin mediar ninguna explicación de nadie, estaba en una fiesta, había un pastel blanco, con rosas del mismo color ¡era lindo! Mi madre se veía muy bonita con un vestido negro que en la parte superior tenía una especie de tejido blanco y negro. No me acuerdo de Roberto. Estábamos celebrando en casa de "los León", nada más y nada menos que la boda civil de mi mamá con Roberto.
Luego tengo la imagen de un departamento muy grande, con el piso rojo. Era de desniveles. Tenía unas escáleras de piedra negra un poco poroza, supongo que sería una especie de tezontle. La recámara de "mis papás" estaba en el descanso, creo que era grande. Escaleras arriba, había una recámara más que daba a un patio, que también era de dos niveles. Debajo del nivel de la sala y el comedor, estaba la tercera recámara, era grande pero con poca luz. Había un balcón que daba a la calle de Tres Guerras que corría paralela a la Guerrero (la calle principal) y desde ahí se veía la parte trasera del Cine Irapuato. No era una vista bonita.
Tengo presente cuando llegó la mudanza de México (hasta ahí, seguía sin tener claro qué estaba pasando), creo en mi memoria, ver la lavadora de rodillos y mi casa de muñecas toda rota, esa casa que me dio alegría y que fue hecha por mi querido Chilolo. Lo que yo no veía era que esa casa de madera toda desvencijada, era de alguna manera la vida que venía.
Un día, en el departamento de Tres Guerras, saliendo del baño, Roberto me dijo: "de hoy en adelante, ya no soy Roberto, ahora soy tu papá" (el que se había ido, el biológico, era mi ídolo. No entendía absolutamente nada). No se en qué momento, dejé de ser una López-Loza para convertirme en Miranda. Todavía tenía mis cuadernos, mis lápices y un estuche que decía López. Además tenía plantillas de letras, materiales de dibujo, libros con el nombre de mi papá. Creo que nunca comprendí bien a bien qué sucedía, sólo se que me sentía muy sola y muy triste.
No se si esa o la Navidad anterior, fue la primera que pasamos en Irapuato, si se, en cambio, que fue cuando me dijeron que Santa Claus no vendría más, que ahora serían los Reyes Magos quienes traerían los regalos, ¡cosa más terrible no pudo haber ocurrido en mi infantil existencia! ¡Los Reyes me daban pánico! Supongo que como ese cambio, hubo muchos más. Recuerdo -por las fotografías- una fiesta de cumpleaños, mi séptimo aniversario, mi madre hizo el pastel (creo que se quemó ligeramente pues a ella no le gusta cocinar); por ahí rueda todavía una fotografía donde mi expresión es similar a otra imagen que anda por ahí, justo antes de ir a uno de los peores lugares donde haya podido estar, pero esa es otra historia.
Esa casa, como las otras dos que habité de ñiña a adolescente, relucían. Todo debía estar limpio e impecable. Los mosaicos, siempre "ondeaban" de brillantes. Nada, absolutamente nada, podía estar fuera de su lugar. El mundo "debía ser perfecto": ni un plato, ni un suéter, ni un juguete, ¡nada debía generar tiradero!
En alguna ocasión, asomada al balcón, ví a mi madre caminando con dificultad, traía puesto un vestido de dos piezas de color verda-agua, le dije a la señora del quehacer que veía que mi mamá se estaba poniendo panzona y me regañó por expresarme así, sin explicarme que esa panza era el avanzado embarazo de mi madre. Por más que trato de hacer memoria, no recuerdo que mi madre me haya explicado que iba a tener un hermanito.
Un buen día, llegó mi "tío-padrino", nos llevó a la zona militar y desde una ventana pude ver a mi mamá con los brazos vendados, estaba en el Hospital Militar y fue entonces que me dijeron que había un nuevo integrante en la familia. Al fin se había concretado el sueño de mi madre de tener un varón, tuvo que esperar tres embarazos para que, finalmente en el cuarto llegara el niño tan deseado.
Algún día, debe haber sido cercano a diciembre, mi hermano (jamás lo he podido ver como medio-hermano) y mi mamá llegaron, él había nacido el 20 de noviembre. Supongo que debo haber hecho muchas preguntas, se que era muy preguntona, sigo siéndolo.  Pero otra vez, no recuerdo que nadie me explicara nada de lo que estaba sucediendo.
Volviendo a Roberto, lo recuerdo con su camisa blanca, su corbata detenida por un discreto pisacorbatas, a veces de buenas, a veces de malas... cuando él estaba, NADA debía ocurrir que le enojara o le molestara. Yo no se si esto fue una exigencia de él o una imposición de mi madre. Es así que por años, fue una figura presente pero lejana, dura e intransigente. Cualquier cosa que le pareciera mal podía ser un enorme problema. Sin embargo, recuerdo que podía ser cariñoso con mi mamá, recuerdo oírlos bromear y reír. Cuando no estaba de viaje, pasaba a eso de las 11 de la mañana a tomar un cafecito. Conmigo era amable y con mi hermana pequeña, creo que podía llegar a ser, ocasionalmente juguetón; pero si algo no marchaba, estaba ahí como algo enorme que producía miedo.
No tengo idea de si ese crecer sintiendo que nada era nuestro, que nada nos merecíamos fue producto de los temores de mi madre o de Roberto. Creo -es un juicio- que fue una mezcla. Si me acuerdo que le encantaba juguetear con el pequeño bebé, que le gustaba hacer ruidos y que mi hermanito los repetía. Recuerdo que algún tiempo, esa criaturita fue la luz de sus ojos.
Por ahí en la memoria, tengo presente una ida a Acapulco y otra a Playa Azul; las idas al Club de Golf que eran de casi todos los domingos. De Roberto no recuerdo el humor, aunque cuando estaba de buenas solía ser bromista; de mi madre, bueno, no eran sus salidas predilectas... tampoco los paseos al campo y mucho menos un lugar para mi aterrador: Chamacuero, había un puente de palos, con una cuerda como "barandal" y el río rugiendo. Tengo presente que olvidar un abrelatas o un cuchillo o lo que fuera, era motivo de problemas.
La escuela transcurría, era mi refugio; los libros eran mi remanzo; la soledad era mi compañera. Como niña hice tonterías grandes y pequeñas, la mayoría de las veces porque (ahora lo sé), no comprendía infinidad de cosas. No entendía el mundo de los adultos. "Los niños no opinan" y "usted se calla porque no entiende" eran una constante. Si recuerdo la amenaza frecuente de "te voy a mandar con tu papá".
Así fue pasando el tiempo, Roberto después de dejar la compañía para la que había trabajado varios años, puso una bodega de abarrotes que trabajaron hasta reventar él y mi madre. Trabajaban de sol a sol y era evidente que había una cierta mejoría en el aspecto económico, pero nada era nuestro, nada nos merecíamos, mi madre nunca permitió que eso lo olvidáramos.
La vida no fue amable al lado de Roberto, no se si él llegó a darse cuenta de esto. Recuerdo que cuando se oía la llave en la puerta y él entraba, generalmente no sabíamos qué esperar. Quizá si hubiéramos tenido menos prejuicios hubiera sido distinto. Podía enojarse porque la comida no estaba hecha como a él le gustaba. Por el botón mal pegado. Por un pasador olvidado en el baño, por un sin fin de nimiedades que fueron desgastando nuestras vidas.
En algún momento, mi madre tuvo problemas serios de salud, estando fuera de casa cerca de dos meses. A su regreso, algo había ocurrido, las cosas eran aun más complicadas que antes. Ya había llegado la hermana de "en medio", una niña de ojos enormes, piel blanca y cachetes chapeados, era alegre y muy desordenada. Siete años en un hospital la hacían ser muy distinta a los otros miembros de la casa. Esto mucho más allá de los problemas motrices con los que nació.
Era el año de 1973, como premio por haber ayudado en la ausencia de mi mamá, me mandaron al D.F. a casa de los León. Sólo unos pocos días después, Irapuato se inundó. Todo el trabajo y el esfuerzo de muchas familias quedaron comprometidos, incluida la bodega de mis papás. Además de esta desgracia, había algo más que hacía muy tristes nuestras vidas. Los pleitos eran cada vez mayores y las ofensas llegaron a ser terribles, se dijeron cosas tan hirientes que comprometieron muchas cosas para el futuro. Cuando murió mi abuelito, las cosas se pusieron mucho peor, si antes no me sentía cercana a Roberto, en esos días ¡menos!
Después de la inundación, la casa quedó en deplorables condiciones y creo que nuestras vidas también. Algo pasó que un buen día se compraron muebles nuevos. Se tapizaron los muros de la sala y el comedor (era la moda). La buganbilia de la entrada y  las jacarandas, a pesar de todo, seguían dando sus bellas flores, tapizando de rojo y especialmente morado la calle. Incluso tuve fiesta de XV años... hubiera sido mejor no tenerla. Desgraciadamente, escuché una conversación que no me tocaba entre mi madre y Roberto.
Mi padrastro cada vez era más distante, cada vez le teníamos más temor. ¿Conversaciones con él? No recuerdo haberlas tenido. Poco a poco, por diversas razones perdió el poco ascendente que tenía sobre nosotros. Sí recuerdo el tremendo regaño porque me sorprendió besando al amor de mi adolescencia ¡no estaba hacienda nada más que expresar mi amor! Yo era amiguera, relajienta, estaba en los Scouts (gracias a Dios llegaron a mi vida) aunque en casa recuerdo un permanente sentimiento de tristeza y soledad. Iba a misa. Procuraba, conforme crecía, estar lo menos posible en casa.
Recuerdo vagamente a mis hermanas. Aunque vivíamos juntas, no nos relacionábamos mucho. Curiosamente, en esos tiempos, el hermano pequeño y yo, le llevo siete años, éramos cercanos en muchos sentidos. Nos acompáñabamos, platicábamos, reíamos, éramos cómplices y cuando había pleitos, más de una vez nos quedábamos en silencio abrazándonos. Alguna vez debí cuidarlo pues enfermaba con frecuencia. Era un niño muy amado a pesar de lo que ocurría a nuestro alrededor.
Con mis dos hermanas, no recuerdo haber jugado, pero si peleado. Teníamos poco en común.
Cuando llegué al final de la secundaria mi madre dijo "no hay dinero, deberás estudiar Comercio" yo casí muero del susto, ¡yo no quería pasar mi vida frente a una máquina de escribir y menos tomando dictados que yo debía escribir en taquigrafía! Quien finalmente, tomó las decisiones y a su manera me apoyó, fue Roberto. Incluso, cuando finalmente me dejaron ir a la Prepa, ya no había lugar en ninguna escuela, sólo en una que se llamaba Cecyt que se encontraba en ese entonces en las afueras de la ciudad. Yo no se si fue la distancia o el miedo de mi madre a manejar en carretera que hizo que mi papá Roberto le dijera que fuera con las monjas del Irapuatense para ver si me recibían, lo hicieron y volví a "mi" colegio, a "mi" ambiente pero en la Prepa.
Son años de los que poco recuerdo en casa. Roberto y mi madre cada vez más distantes. Peleaban poco, convivían menos y casi no lo veíamos. Ya no compartían habitación pero sí un enorme silencio. Aun así, cuando llegó el momento de ir la universidad, decidió apoyarme con parte de los gastos que generaba mi estancia en Guanajuato. Yo trabajaba y estudiaba. Tengo presente que estaba al pendiente de que no me faltaran materiales, de que no me faltaran libros y, religiosamente, pagaba la renta del lugar donde vivía. En 1983, estando en Canadá, recibí de Roberto, creo que la única carta que me ha escrito en la vida. En ella me decía que reconocía mi tesón y mi capacidad. Fue bueno leerlo de él, a pesar de todo, a su manera, me quería.
Al llegar el fin de mis estudios, yo había decido no participar en la fiesta de graduación para no gastar, él dijo que eso no estaría bien y pagó los gastos que generó la celebración. Creo que él y mi madre estaban orgullosos. No recuerdo que haya estado presente en mi examen de titulación, no estoy segura de que él siguiera viviendo en casa, creo que ya no.
Al paso de los años, descubrí que a pesar de todo, su legado era el amor por el trabajo. El respeto que a mis hermanas y a mí nos tuvo. Al paso del tiempo, con la distancia, entendimos muchas cosas que quizá pudieron haber sido distintas. Le agradezco el cariño con el que trató a mis hijos llamándolos sus nietos. No le agradezco el dolor provocado a mi hermano menor. Podría instalarme en un profundo rencor por lo que no fue, pero creo que finalmente, somos lo que somos, para bien y para mal porque de alguna manera, desde sus pocos estudios, sus ganas de superarse, el mundo del cual venía que no fue amable, tocó nuestras vidas. A pesar del costo (no económico) fue de las pocas personas que tendieron su mano para que saliéramos adelante. Quizá más cariño, más entendimiento, más diálogo hubieran permitido una mejor historia.
El día de hoy no he podido quitar de mi mente a Roberto, en esta narración dejo muchas cosas fuera, sencillamente, por salud mental. Se que Roberto está enfermo, que está con su hija mayor y que él quiere volver a su añosa y polvorienta tiendita a estar con su soledad y sus recuerdos. Ruego al Señor que lo cuide y lo acompañe. Es un buen hombre a quien la vida se le fue escapando en desaciertos que imagino le niegan tener paz y tranquilidad.