miércoles, 8 de junio de 2016

Mucho tiempo ha pasado

No recuerdo desde cuando no publico en este blog, hoy tengo una enorme necesidad de escribir, no tengo un rumbo marcado, sólo necesito escribir y seguir adelante.

Muchas noches, muchos amaneceres han transcurrido por ejemplo, desde que descubrí que mi vocación era ser docente, ¡qué camino! ¡qué aventuras he vivido! Nunca imaginé hasta donde llegaría en este andar desde que descubrí que esto es lo que quiero hacer. A veces me siento cansada, quizá desilusionada pero esta necesidad de habitar en el mundo de los jóvenes, de aprender, de convivir con personas llenas de vitalidad y de sueños no se va nunca.

Al paso de los años descubro que este ha sido el destino que elegí y soy feliz. Las pocas veces que he estado lejos de un recinto académico en los últimos 30 años ha sido como si la vida se me fuera escurriendo de la manos.

¿Qué determinó esta elección? No tengo ni la más remota idea. Si se que desde pequeña me gustaba esto de leer, de estudiar, de aprender y sentir esa felicidad que siempre me ha producido descubrir nuevas cosas, nuevas posibilidades.

No se si fue el primer libro, mi primera escuela, las monjas que me sorprendieron con tanto que sabían y tanta paciencia que tenían. No se si esos profesores que dejaron huellas imborrables hallan sido quienes me llevaron al camino de elegir esta profesión.

Veamos, recuerdo a la Madre Joaquinita que con su cara redonda y moderna: nos enseñó las primeras letras. La Madre Blanquita que puso ante mis ojos uno de los primeros rincones de lectura que se pidió hubiera en las primarias, de ahí salieron Mujercitas, Hombrecitos, Tom Sawyer. Luego, la Madre Josefina que con su obsesión por la buena ortografía y la pulcritud nos hizo jóvencitas que sabíamos que la ortografía era cosa seria y luego la Madre María Elena continuando con el tema de obsesivas por la ortografía y la excelente caligrafía logró que nuestros escritos pudieran rasgar hojas y hojas blancas, sin renglones, completamente ordenadas, alineadas y legibles con la famosa "letra de monja... de piquitos".

Los colegios por los que pasé siempre fueron mi refugio, el lugar donde podía ser yo y librar mis propias batallas. Afuera estaba un mundo que muchas veces resultó hostil en el calor del hogar. Eran el lugar donde me sentía segura y donde podía reír y soñar sin límites. Era el lugar donde mi imaginación, mis sueños no serían criticados ni cuestionados. Era el lugar donde aprender era un privilegio y un gozo.