lunes, 8 de marzo de 2010

Amar no es justificar... amar es incondicional... amar es aceptar que te puedes equivocar para aprender a crecer. Es saber estar a la altura.


Amar es amar, pase lo que pase.

Hay días que parecen una noche oscura. Hay días en que podemos llegar a creer que es mejor no estar aquí. Hay días que el alma y el corazón duelen de una manera indescriptible. Hay días que aprendemos que los errores son para aprender y crecer. Hay días que quisiéramos fundirnos en un abrazo y con él proteger de todo mal a los que amamos. Hay días que sabemos que vendrán días aún mas tristes y borrascosos porque serán los días en que podremos saber quiénes son amigos, quiénes están listos para juzgar sin imaginar siquiera que algún día también ellos necesitarán el apoyo de los verdaderos amigos después de equivocarse. Hay días que es mejor saber lo menos posible y no juzgar.
Quisiera escribir tantas cosas, decir muchísimas cosas, expresar mis inquietudes y poder evitar que sufran aquellos a quienes amo. Sin embargo, se que todos y cada uno de los que amo (aún los que no), deberán andar su propio camino, cometer sus propios errores, asumir sus propias responsabilidades, responder exclusivamente a quien deban de responder sin tener que tolerar ser criticado y juzgado como si los demás nunca se fueran a cometer error alguno. Quienes creen, dicen que perfecto, sólo Dios.
No justifico un error, pero si busco entender para apoyar (de quien venga). ¿Quién soy yo para juzgar a nadie? ¿Qué autoridad moral puedo tener si tan sólo soy una persona como cualquier otra? Hoy llora mi alma, pero se que cualquier día se llenará de luz y volverá a sonreir. Hoy con el corazón contrito y dolorido quisiera cubrir de paz y amor a quien sufre y se duele por no haber medido las consecuencias de sus actos. Sin embargo (ahí está la posibilidad del futuro) está asumiendo la responsabilidad de sus errores. Hoy lo único que puedo hacer es apoyar y esperar que los verdaderos amigos queden y que los que no lo son, se vayan y cierren sus bocas llenas de veneno por que también cometerán errores y esperarán tener a alguien que les acompañe en su proceso de dolor y aprendizaje y cuando eso suceda, ojalá que haya una mano amiga dispuesta a sostenerlos en su etapa de crecimiento.
Estos son tiempos de verdades y las verdades son para crecer, para buscar ser mejores personas. Se dice que la vara con la que midas, serás medido... es algo así como una ley de la vida.  Los momentos de verdad, de crisis, sirven para movernos, para crecer sólo así habrá valido la pena equivocarse, sólo así se podrá salir de manera airosa con una dignidad que permita recuperar la integridad.
Estar a la altura de las circunstancias es saber acompañar, es saber que nadie está libre de cometer errores que lamentablemente más de alguna vez serán enormes. Estar a la altura es dejar de contarse la historia de "me decepcionó"... ¿quién nos dijo que hacerse expectativas acerca de los demás y que no sean cumplidas es una obligación? Estar a la altura es saber conservar la dignidad personal y la del otro(a) sin juzgar, sin hablar. Estar a la altura es brindar compañía en el dolor del aprendizaje, es dar oportunidad a que esa persona que debe reconstruirse, lo haga en la seguridad de la compañía de quienes le aman por amistad, por parentezco. Estar a la altura es otorgar, al menos, el privilegio de la duda, etiquetando la conducta más no a la persona. Estar a la altura, es saber perdonar si ese es el caso. Estar a la altura es cerrar la boca porque algún día necesitaremos que los demás estén a la altura.
Ante un error se resquebrajan muchas cosas, quizá la más importante sea la confianza; desafortunados aquellos que tienen la confianza de nunca romper lealtades, confianza porque algún día, desgraciadamente, tropezarán y entonces entenderán lo duro que es enfrentar un error, sobre todo cuando se hace con la cabeza en alto.
Esta noche tan llena de oscuridad y soledad, tengo una historia de José Luis Martín Descalzo:

Aprender a equivocarse
Una de las virtudes-defectos más cuestionables: el perfeccionismo. Virtud, porque evidentemente, lo es el tender a hacer todas las cosas perfectas. Y es un defecto porque no suele contar con la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos son parte de toda la vida, que todo el que se mueve se equivoca alguna vez.
He conocido en mi vida muchos perfeccionistas. Son, desde luego, gente estupenda. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan apasionadamente a hacer bien las cosas e incluso llegan a hacer magníficamente la mayor parte de las tareas que emprenden. Pero son también gente un poco neurótica. Viven tensos. Se vuelven cruelmente exigentes con quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente cuando llega la realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras -a pesar de todo su interés- se quedan a mitad de camino.
Por eso me parece que una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la condición humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. El genio más genial pone un borrón y hasta el buen Homero dormita de vez en cuando.
Así es como, según decía Maxwel Brand, "Todo niño debería crecer con la convicción de que no es una tragedia ni una catástrofe cometer un error". Por eso, en las personas, siempre me ha interesado más el saber cómo se reponen de los fallos que el número de fallos que cometen. Ya que el arte más difícil no es el de no caerse nunca, sino el de saber levantarse y seguir el camino emprendido.
Temo por eso la educación perfeccionista. Los niños educados para arcángeles se pegan luego unos topetazos que les dejan hundidos por largo tiempo. Y un no pequeño porcentaje de amargados de este mundo surge del clan de los educados para la perfección.
Los pedagogos dicen que por eso es preferible permitir a un niño que rompa alguna vez un plato y enseñarle luego a recoger los pedazos, porque "es mejor un plato roto que un niño roto".
Es cierto. No existen hombres que nunca hayan roto un plato. No ha nacido el genio que nunca fracase en algo. Lo que sí existe es gente que sabe sacar fuerzas de sus errores y otra gente que de sus errores sólo saca amargura y pesimismo. Y sería estupendo educar a los jóvenes en la idea de que no hay una vida sin problemas, pero lo que hay en todo hombre es capacidad para superarlos.
No vale realmente la pena llorar por un plato roto. Se compra otro y ya está. Lo grave es cuando por un afán de perfección imposible se rompe un corazón. Porque de esto no hay repuesto en los mercados.
 
José Luis Martín Descalzo, "Aprender a equivocarse

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