viernes, 2 de marzo de 2012

Un templo del saber

Este lugar [El cementerio de los libros olvidados] es un misterio, Daniel, es un santuario. Cada libro, cada uno que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte. Hace ya muchos años, cuando mi padre me trajo por primera vez aquí, este lugar ya era viejo. Quizá tan viejo como la misma ciudad. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo existe, o quiénes lo crearon. Te diré lo que mi padre me dijo a mí. Cuando una biblioteca desaparece, cuando una librería cierra sus puertas, cuando un libro se pierde en el olvido, los que conocemos este lugar, los guardianes, nos aseguramos de que llegue aquí. En este lugar, los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu. En la tienda nosotros los vendemos y los compramos, pero en realidad los libros no tienen dueño. Cada libro que ves aquí ha sido el mejor amigo de alguien. Ahora sólo nos tienen a nosotros, Daniel.
RUIZ ZAFÓN, Carlos. La sombra del viento. Barcelona: Círculo de lectores, 2002. pp. 9-10

Fotografía de mi querido José Antonio Ceja
Estoy en lo que alguna vez fue una capilla. A lo lejos escucho las voces jóvenes de niños diciendo a coro “buenos días”. Estoy en un colegio cuya construcción es vieja, no puedo precisar de qué época, observo muros muy gruesos, como de 80 centímetros de espesor, al menos esta parte del plantel debe ser de fines del siglo XIX o principios del XX.  Además de los agregados que se han realizado en épocas posteriores.

Las secciones más viejas debieron pertenecer a una especie de convento, no lo sé. La capilla, cierta estoy de que lo fue, es de una nave, con cuatro pilares de cada lado sustentando los muros y en lo que podría ser el crucero, se observa algo curioso: cuatro columnas de un diámetro fuera de proporción cuatro arcos, forman unas pechinas pequeñísimas que a su vez, soportan un tambor en forma octagonal sobre el cual descansa una especie de linternilla. Al fondo se observan tres escalones que alguna vez debieron destacar la ubicación del altar. En el muro de la cabecera que es plano, como buscando dar continuidad y profundidad al espacio, se ve una lona de vinil con el Taj Mahal visto de frente, de tal manera que las columnas de la pequeña capilla enmarcan esta imagen grandilocuente para el sitio donde ha sido ubicada.

¡No se confundan mis queridos lectores!, la vocación de esta construcción sencilla e incluso humilde sigue siendo un templo, ya no bajo la advocación de un santo, ahora en todo caso, podría ser la casa de “la sofía”, ahora este sitio de curiosa arquitectura y evidente nivel de vejez desgastada, es una biblioteca; un “templo del saber”. En lo que sería el acceso del pie de la pequeña ex capilla (¿un nartex?), hay un escritorio desde donde se atiende a los visitantes que a estas alturas pueden ser reales o imaginarios. 

Pasando el cancel de madera, hay alrededor de seis viejas y desgastadas mesas que hacen las veces de espacio para la sala general con alrededor de diez sillas que también han visto mejores tiempos; tan sólo a unos pasos, el área de video con una televisión de pantalla plana de las que estuvieron de moda hace como diez años y finalmente la mencionada lona. 

Se observan algunos estantes con libros viejos y deslucidos. Quien sabe desde cuando no han sido acariciados por la mirada de un ávido lector.  Muchos son parte de las colecciones que la SEP asigna a las escuelas mexicanas. Algunos son libros de enciclopedia. En cajas de zapatos forradas de rosa o verde o azul, se pueden ver ediciones de bolsillo de novelas clásicas, seguramente para que sean leídas por los niños y jóvenes del colegio donde se ubica este “templo del saber”.

El sitio, con sus historias y sus fantasmas, no se por qué cada vez que entro aquí remito mis pensamientos a la época de la Cristiada (no tengo razón alguna para que esto suceda salvo que estamos en el corazón de Jalisco), la biblioteca, además de sencilla, se observa limpia, el piso si mal no lo recuerdo es de cantera. No es un sitio precisamente acogedor, pero sí calmado; lo vivido ahí, bueno o malo, se ha quedado ahí guardado en el grosor de sus muros y la candidez de una arquitectura pretendidamente neoclásica.

No se por qué me dio por reflexionar un poco acerca de este lugar que personalmente encuentro con alguna particularidad que no puedo definir. Pienso en esta espiral de pensamientos en la dignidad con la que estos muros albergan su mínima colección literaria, ¿qué en México y, especialmente las bibliotecas para niños y jóvenes no deberían ser lindas, acogedoras, “amigables”, “acariciadoras”, “seductoras”? ¿Repletas de volúmenes listos para que compartan el saber contenido en ellos, uno tras otro?

¿Qué nuestros niños, sin importar el nivel educativo o si es una escuela o pública deberían tener, no un templo del saber sino un espacio para enamorarse de la literatura, de la historia, de la geografía, del amor, de la vida, de tantas cosas que puede contener y ofrecer una biblioteca? ¿Qué una biblioteca no debería tener opciones y más opciones para leer mucho más allá de asegurar un mínimo que permita funcionar a un plantel? 

¿Qué la cultura sigue siendo, en la educación, un privilegio para unos cuantos, el reducto de quienes tienen la fortuna de tener padres, profesores, amigos lectores? ¿Qué las bibliotecas no deberían estar más allá de infinidad de programas que buscan impulsar el amor a las letras y que lamentablemente poco logran?

P.D. ¿Por qué tan lejos y tan cerca del saber? ¿De dónde sacar la avidez por la literatura en una generación cansada de no leer y más todavía cuando tiene que hacerlo? ¿De una generacion que no se da cuenta de que entre menos sepa en peores condiciones podrá enfrentar los retos del futuro? ¿De unos adultos que no supimos hacernos cargo a tiempo de nuestros potenciales lectores?

Música de hoy… creo que la Tocata y Fuga de Johann Sebastian Bach

2 comentarios:

  1. Los libros, bien dices Lucero, no deberían de ser un privilegio, sino una viviente y resplandeciente oportunidad para todos los que habitamos este planeta; porque negar un libro es tristemente negar la posibilidad de emprender un viaje, a una tierra lejana, a un periodo perdido, a una persona nunca tratada o un recipiente de conocimiento que al tener acceso a este, no necesariamente constituirá en mejores personas, pero sí, al menos, personas con una visión más amplia de lo que la vida es y de lo que puede llegar a ser...
    Daniel

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Aprendiendo de comunicación... si te detienes en este espacio, será excelente saberlo. Si haces comentarios, también será muy bueno.