sábado, 18 de julio de 2009

In Memoriam: mi querido Paco



Los años pasan y cuando menos lo piensas, el tiempo te alcanza. Esta tarde, preparando material para una clase, navegando por Internet, se me ocurre buscar entre los recuerdos alguna imagen de Paco Patlán.

En el comedor de casa, descansa un grabado que con frecuencia trae girones de imágenes de una de mis patrias chicas: Guanajuato y, en especial de Irapuato con sus fresas en canastas. Este cuadro es una canasta de fresas irapuatenses con una gran fresa roja y jugosa descansando en el asa. Es un grabado con un fondo oscuro cuya discreta luz está contenida en el entretejido de la canasta de un pálido color amarillo con pequeñas franjas rojas y verdes, como las de las fresas de Irapuato. Cuando compré esta canasta de fresas, ¡lo hice a plazos! Yo estudiaba y no tenía mucho dinero pero me gustaba mucho su obra, entonces me dijo "llévatelo, me vas pagando como puedas", ya no recuerdo cuánto costó, ni cuanto tardé en pagarlo. Lo que si se es que ha ido conmigo a donde quiera que he ido desde que lo tengo.

Cada cierto tiempo me detengo un poco perdida en mis pensamientos a ver esta canasta. Si bien, las fresas me hacen evocar colores, sabores...la canasta no deja de desconcertarme por lo fino de su trazos, muchas veces pensé, "ese Paco, qué secretos no conocerá del grabado japonés".

Tuve la oportunidad de conocerlo hace ya más de 20 años y, curiosamente en una plática descubrimos que era Paco, el hermano de Silvia y Luz María, con quienes cursé la primaria y la secundaria en mi querido Colegio Irapuatense.

Estar en casa de Paco era un lujo, sí, ahí, en el famoso callejón de Corazones en mi adorado Guanajuato y al que no he regresado hace ya más de 15 años. Era ver el cuidado y amor con el que Paco había colocado todas y cada una de las cosas que formaban su hogar. Un patio lleno de flores, una sala acogedora, muros blancos con pequeños y sorprendentes detalles que también podían observarse en los muebles.

Su mesa era un placer, excelente cocinero y anfitrión. Muchas veces al encontrarnos por alguna plaza o callejón del viejo Guanajuato, me decía "ven a verme y te preparo la tarta de cerezas que tanto te gusta" y sí cuando llegaba a ir, había un exquisito trozo de tarta.

En la Escuela de Artes Plásticas donde tuve una corta estancia antes de estudiar arquitectura recuerdo que lo miraba (antes de conocerlo) entre atemorizada y sorprendida pues siempre tenía una sonrisa en su rostro, una sonrisa llena de vida y traviesa. No fui su alumna, todavía tuve el privilegio de ser estudiante del Maestro Gallardo.

Algo que me hace recordarlo con frecuencia, son los colibrís a él le encantaban. Recuerdo una jaula con un colibrí disecado en el patio de baldosas naranjas. De hecho, cuando veo algún colibrí, además de alegrarme el corazón, hay un pensamiento cariñoso para Paco.

Recuerdo mucho a Paco en una inauguración en la galería de la Universidad, su plática, sus comentarios, su sencillez, era un placer compartir el tiempo con este buen amigo y por supuesto, su contagiosa risa.

Muchas veces pensé que algún día que volviera a Guanajuato, me encantaría ir a verlo, nunca tuve duda de que sería bien recibida ... la última vez que lo ví fue cerca del Jardín de la Unión, la última vez que estuve ahí y nos saludamos como si yo nunca hubiera dejado Guanajuato (el famoso Cuévano de Ibargüengoitia y de quienes hemos vivido ahí), como si apenas la noche anterior hubiérmos disfrutado de una velada ante una excelente cena y un excelente vino.

Querido Paco, hoy, a más de un año de tu partida material, te evoco con profundo cariño, gracias por tu sonrisa, por los buenos momentos. Tu esencia permanece, no tengo duda.

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