lunes, 2 de noviembre de 2009

Un abuelito en toda la extensión de la palabra... vivir para contarla

"La vida no es lo que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla."
Gabriel García Márquez

El pasado 28 de octubre se cumplieron 34 años de que mi amado Abuelito dejó de estar entre nosotros. Si me preguntasen cuáles son los mejores recuerdos que conservo de mi infancia, quizá sean aquellos relacionados con él.

David, me hizo un regalo, sin tener idea de cómo impactaría en mi corazón, en mis recuerdos -los más lejanos y los del último año. Logró que se colocara una ofrenda de día de muertos para ese querido y añorado Abuelito. Llenó mi corazón de ternura, de recuerdos y de bienestar por haber tenido la oportunidad de tener a una persona como él a mi lado, sobre todo, en los tiempos más difíciles.

¿Quién era mi Abuelito? Era un hombre de mirada lejana y triste; sin embargo, no tengo duda de que cuando su mirada se posaba en mí, esos ojos se alegraban y se llenaban de ternura. Mi abuelito es el referente, quizá más importante, de mi infancia más temprana. Mi abuelito son juegos de esos que ahora ya casi no se juegan con los niños; estar con él era jugar desde "riquirrán, riquirrán, los maderos de San Juan, piden pan, no les dan, se les atora un hueso..." hasta juegos mentales o los "barquitos chinos" o bien, hacía pequeños dibujos en la esquina de dos hojas de papel, generalmente era una muñequita (de palitos y bolitas) brincando la cuerda que cuando él movía rápidamente la hoja superior, ¡la muñequita, efectivamente saltaba la cuerda!

Otra cosa que era deliciosa, era poder llegar de Irapuato y que él me recibiera con su sonrisa tierna. Y que luego, por la mañana muy temprano, fuera a su habitación a acostarme a su lado y pasar horas viendo fotografías, escuchando un montón de historias relacionadas con su amada Hacienda de Santa Isabel. Era verlo salir vestido de charro, orgullosamente charro, todos los domingos. ¡Era espectacular verlo con su traje de gala y ese sarape que aun conservo y que a pesar de que lo llevaba sobrepuesto, era tal su porte ¡que nunca se caía!

Algunas veces lo acompañaba al pan, algo que recuerdo es que se cruzaba con personas que lo saludaban y él educadamente, tocaba su sombrero en señal de saludo y respeto. En la panadería siempre había aserrín en el piso, recuerdo que me gustaba hacer figuritas en él mientras mi Abuelito compraba el pan, del cual, nunca debían faltar los cocoles que después él degustarúa "sopeando" en su café con leche.

En otras ocasiones, el camino era más largo, era un paseo a La Alameda, el paso obligado, el Colegio de Minería y para mí, ¡esas horribles piedrotas que tanto miedo me daban! que ahora se que son restos de meteoritos y que no iban a salir mounstros detrás de ellas... ¡cómo me daban miedo... nunca lo dije y ahora ya adulta, pues yo sobrepaso la altura de mis "mounstros", no como entonces que era tan pequeña.

La Alameda con su pérgola, esa que mandó construir Porfirio Díaz, que se encontraba a un costado del Palacio de Bellas Artes, que en su planta baja, estaba repleta de libros e impregnada de olor a papel, que ya no existe, pero sigue siendo para mi, un espacio que falta ahora mas no en mis recuerdos. La Alameda con sus árboles añosos y sus fuentes, alrededor de las cuales, podía correr por un rato. La Alameda del Hemiciclo a Juárez, jugando trepada en los leonoes (a los que ahora apenas si dejan que la gente se acerque). La Alameda de helados de vainilla y globos de colores amarrados a mi muñeca. La Alameda con el sonido de la banda en el kiosco o todavía mejor, el sonido constante de los organillos.

Mi Abuelito también es uno de los referentes más importantes para mí de lo que era leer y leer en serio, escribir cada vez que había oportunidad, de lo que era tener una imaginación interminable, de caminatas por el Centro Histórico de la Cuidad de México. Mi Abuelito era el remanzo que siempre, en la vorágine de acontecimientos que yo no entendía y nadie se tomaba la molestia de explicarme, estaba ahí con un juego, una historia, una broma, una adivinanza. Mi abuelito eran las misas en la Concepción o San Felipe. Era saber que su sombrero y su barba ¡no se tocaban! Mi abuelito, me daba paz y quizá es el regalo más grande que él me entregó.

Cuando nací, él fue de las primeras personas que me cargaron y cobijaron; mi primera muñeca la recibí de él, justo el día que nací "La Martita" (todavía está guardada en algún lugar de mi closet). De él recibí aprender del respeto a los mayores, del significado de la buena educación. De él, no tengo duda, viene el amor a la historia, a NUESTRA historia; de él viene el amor a escribir aunque jamás seré tan prolífica como él. De mi Abuelito viene el amor a la charrería aunque nunca la practiqué; de él viene el amor a NUESTRAS tradiciones. El amor a la Hacienda de Santa Isabel, la cual conozco a través de algunas viejas fotografías y la maravillosa visión que mi Abuelito dibujó en mi mente.

Fue poco el tiempo que pude compartir con él pues partió pronto; sin embargo, bastó para que viva en mi corazón de manera permanente. Sus libros, mi colección de adivinanzas recopiladas por él de su puño y letra, sus dibujos que "vivían" en muchas partes del departamento donde habitaban mis abuelos y que también algún tiempo fue mi hogar. En ese poco tiempo, aprendí (sin saberlo entonces) que no importa cuán desgraciada se pueda una sentir, siempre habrá alguien que te cobije en sus brazos y te comparta su amor.

Mi Abuelito siempre añorado, siempre amado... hoy lo recuerdo llena de amor, de ternura. Sabiendo que los años han atenuado los defectos que hubieran podido existir en él... pero ¡no! ahora y hace más de 34 años, él vive en mis recuerdos y en mi corazón de la misma forma: con amor, con nostalgia, con la mirada brillante porque la vida me dio el regalo de su presencia en mi infancia.

  • Gracias por tu amor.
  • Gracias por las historias.
  • Gracias por los juegos.
  • Gracias por enseñarme a amar este México.
  • Gracias por mostrarme cómo se vive una tradición.
  • Gracias por la charrería.
  • Gracias por las adivinanzas.
  • Gracias por los helados.
  • Gracias por cobijarme en tu regazo desde que nací.
  • Gracias por los libros.
  • Gracias por tu vida.
  • Gracias por ser parte de mi vida a pesar de los años transcurridos.
  • Gracias por la certidumbre de tu amor.

... Yo se, que pasara lo que pasara, NUNCA me hubieras abandonado. Que seguramente me hubieras seguido cobijando entre tus brazos sin importar mis equivocaciones. Que hubieras respetado mi elección de ser académica, mi elección de familia y que hubieras sido un espléndido bisabuelo... que lo eres porque mis hijos han aprendido a amarte y respetarte y admirarte a través de mi. Gracias por seguir viviendo en mí.

Tu nieta que sabe que estás vivo por el regalo de tu vida.
P.D. ¡Gracias David y a tu equipo! Gracias mi amor.

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